OASIS MULHACÉN

Recuerdo llenar una cantimplora en las primeras horas de la mañana. Eran aguas frías y nacientes. Meditaba sobre su inevitable discurrir. Acabarían mutando a otro estado. Dos metros más arriba ni existían. Pero paridas, rozaban y rozaban a piedras apizarradas que ya andaban más que moldeadas. Las aguas al paso se autolimpiaban de impurezas y curaban con suavidad las heridas de objetos agrestes. Mirarte en su reflejo es verte como el dominador macho montés. Beber de ellas es conectar con otras fuerzas. Al partir, mi mochila bajaba repleta de satisfacción. Había ascendido por arterias que me llevaron al corazón de la península ibérica. Al Mulhacén. Estuve en el techo. Sobre la cima. Todo bajo mis hispánicos pies. Allí, La Caldera puede ser un glaciar o el Valle del Poqueira un mero espejismo. In situ entiendes que tu vida puede ser un sueño que camina inevitablemente hacia un despertar real. Allí entiendes el por qué. Allí el dónde y el cuándo importa nada. Me hablaba mi pensamiento oceánico, en su fase de identificación transpersonal. Las montañas están repletas de leyendas. Sólo hay que saber leerlas, paso a paso, palabra a palabra, a fuego lento. Hay tierras en las que abundan las lagunas y piedras caídas de la Luna. En ellas siempre encontrarás refugio. Por mi parte seguiré por estas vías espirituales, en búsqueda de más altares naturales y nevados. Son mis atajos hacia pensamientos sencillos. Me aportan sabiduría. ¿Y a ti? Dime que al ojear todo esto te empodera de algún modo, por muy extraño que sea.

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